LAS FUENTES DE LA CONDUCTA SOVIÉTICA (FRAGMENTOS)

Tras describir brevemente los puntos principales del credo comunista, Kennan se centra en cómo el comunismo se adueñó de Rusia:

Las circunstancias del periodo post-revolucionario subsiguiente —la guerra civil rusa y la intervención extranjera, junto con el hecho obvio de que los comunistas representaban sólo una exigua minoría del pueblo ruso— hicieron necesario el establecimiento de una dictadura.

La dictadura comunista se hizo con el control absoluto del país:

Fuera del Partido Comunista, la sociedad rusa no iba a tener rigidez alguna. No iba a haber ninguna forma de actividad humana o asociación que no estuviera dominada por el partido. A ninguna otra fuerza en la sociedad rusa se le iba a permitir que alcanzara vitalidad o integridad. Sólo el partido iba a tener estructura. Todo lo demás iba a ser una masa amorfa.

Y para justificarse a sí misma, la dictadura soviética ha tenido que alimentar el fantasma de la amenaza capitalista:

Ahora, en la naturaleza del mundo mental de los líderes soviéticos, así como en el carácter de su ideología, reside la idea de no se puede reconocer oficialmente que ninguna clase de oposición pueda tener mérito o justificación alguna. Tal oposición sólo puede provenir, en teoría, de las fuerzas hostiles e incorregibles del capitalismo moribundo. Mientras en Rusia se reconoció oficialmente la existencia de remanentes del capitalismo, era posible atribuirles, como elemento interno, parte de la culpa para justificar el mantenimiento de una forma de sociedad dictatorial, pero cuando esos remanentes fueron liquidados, poco a poco, esa justificación se fue alejando; y cuando se anunció oficialmente que habían sido finalmente destruidos, desapareció por completo.  Y este hecho creó una de las compulsiones más básicas que pasaron a actuar sobre el régimen soviético: puesto que ya no había capitalismo en Rusia y como no podía admitirse que hubiera una oposición seria o generalizada al Kremlin surgiendo espontáneamente de las masas liberadas bajo su autoridad, fue necesario justificar la retención de la dictadura enfatizando la amenaza del capitalismo exterior.

Estó empezó en una fecha temprana. En 1924 Stalin defendió concretamente la retención de los "órganos de supresión", refiriéndose, entre otros, al ejército y a la policía secreta, sobre la base de que "mientras exista un cerco capitalista habrá un peligro de intervención con todas sus consecuencias." De acuerdo con esta teoría, y desde entonces en adelante, todas las fuerzas internas de oposición en Rusia han sido presentadas consecuentemente como agentes de fuerzas extranjeras de reacción antagónicas al poder soviético.

Por el mismo argumento, se ha puesto un tremendo énfasis en la tesis comunista original de que hay un antagonismo básico entre los mundos capitalista y socialista. Es claro, por muchos indicios, que ese énfasis no está fundado en la realidad. Los hechos reales al respecto se han malinterpretado por la existencia en el extranjero de un resentimiento genuino provocado por la filosofía y las tácticas soviéticas y ocasionalmente por la existencia de grandes centros de poder militar, notablemente el régimen nazi en Alemania y el gobierno japonés de finales de los 30's, que realmente tenían planes agresivos contra la Unión Soviética. Pero hay una amplia evidencia de que el énfasis puesto en Moscú en la amenaza contra la sociedad Soviética por parte del mundo exterior a sus fronteras no está fundada en las realidades del antagonismo extranjero, sino en la necesidad de explicar a los ciudadanos el mantenimiento de la autoridad dictatorial.

Este hecho de que los comunistas sólo puedan justificar su dictadura concibiendo a los países capitalistas como enemigos tiene implicaciones profundas en la conducta de la Unión Soviética como miembro de la sociedad internacional:

Significa que nunca habrá por parte de Moscú una aceptación sincera de unos objetivos comunes entre la Unión Soviética y las potencias que son vistas como capitalistas. Siempre debe suponerse invariablemente que los intereses del mundo capitalista son antagónicos con los del régimen soviético, y por lo tanto a los intereses de los pueblos que controla. Si el gobierno soviético firma ocasionalmente documentos que indicarían lo contrario, esto tiene que verse como una maniobra táctica admisible al tratar con el enemigo (que carece de honor) y debe tomarse en el espíritu del caueat emptor.

En otras palabras, que la palabra de un comunista no vale un céntimo. Un segundo aspecto que hay que entender para entender al comunismo es que un buen comunista de base debe carecer de pensamiento propio: debe aceptar convencido que lo blanco es negro si así lo afirma el Kremlin:

El concepto soviético de poder, que no permite puntos de organización fuera del partido mismo, requiere que la dirección del partido permanezca en teoría como la única fuente de verdad, pues si la verdad pudiera encontrarse en otra parte, estaría justificado que ésta se expresara en alguna actividad organizada, y eso es precisamente lo que el Kremlin no puede y no va a permitir.

Por lo tanto, la dirección del Partido Comunista tiene siempre la razón, y siempre ha tenido la razón desde que en 1929 Stalin formalizó su poder personal anunciando que las decisiones del Politburo estaban siendo tomadas por unanimidad.

En el principio de infalibilidad descansa la disciplina de hierro del Partido Comunista. De hecho, los dos conceptos se apoyan mutuamente. La disciplina perfecta requiere el reconocimiento de la infalibilidad y la infalibilidad requiere la disciplina. Y ambos determinan en gran medida el comportamiento del aparato de poder soviético. Pero su efecto no puede entenderse si no se tiene en cuenta un tercer factor, a saber, el hecho de que la dirección tiene libertad para plantear por razones tácticas cualquier tesis particular que considere útil para la causa en cualquier momento y requerir la aceptación sincera e incuestionada de dicha tesis por los miembros del movimiento como un todo. Esto significa que la verdad no es una constante, sino que es creada continuamente, para todas las finalidades, por los propios dirigentes soviéticos. Puede cambiar de semana en semana, de mes en mes. No es algo absoluto e inmutable —nada que provenga de la realidad objetiva. Es sólo la manifestación más reciente de la sabiduría de aquellos en los que se supone que reside la máxima sabiduría, porque ellos representan la lógica de la historia.

El efecto acumulado de estos factores proporciona a todo el aparato subordinado del poder soviético una tenacidad y firmeza inquebrantables en su orientación. Esta orientación sólo puede cambiar por voluntad del Kremlin, pero no por cualquier otra fuerza. Una vez una línea de partido dada ha sido establecida sobre un asunto determinado de la política del momento, toda la máquina gubernamental soviética, incluyendo el mecanismo de la diplomacia, se mueve inexorablemente por el camino prescrito, como un coche de juguete al que se le ha dado cuerda y se le ha encaminado en una determinada dirección, que se para únicamente cuando se encuentra con una fuerza incontestable. Los individuos que componen esa máquina son insensibles a cualquier argumento o razón que les llegue de fuentes exteriores. Han sido entrenados para desconfiar y no tener en cuenta la fácil persuasión del mundo exterior. Como el perro blanco ante el fonógrafo, ellos sólo escuchan "la voz de su amo." Y si hay que llamarlos para que abandonen los últimos propósitos que se les ha dictado, es su amo el que tiene que llamarlos. Por ello, un representante extranjero no puede esperar que sus palabras influyan mínimamente en ellos. Lo máximo que puede esperar es que éstas sean transmitidas a los que están al mando y que tienen la capacidad de cambiar la línea del partido. Pero ni siquiera cabe esperar que éstos sean influidos por cualquier razonamiento lógico normal que pueda haber en las palabras de un representante burgués. Puesto que no sirve ninguna apelación a propósitos comunes, tampoco sirve ninguna apelación a puntos de vista mentales comunes. Por ello los hechos hablan más alto que las palabras a los oídos del Kremlin; y las palabras pesan más cuando reflejan o están respaldadas por hechos de validez incuestionable.

Pero lo más relevante es el análisis de Kennan de las características de la política soviética, que ya había expresado en su Telegrama largo:

Pero hemos visto que el Kremlin no está bajo ninguna compulsión ideológica para cumplir sus fines apresuradamente. Como la Iglesia, trata con conceptos ideológicos de validez a largo plazo, y se puede permitir ser paciente. No tiene derecho a arriesgar los logros de la revolución por minucias en el futuro. Las propias enseñanzas del propio Lenin exigen mucha precaución y flexibilidad en la persecución de los fines comunistas.  [...] Así, el Kremlin no tiene reparos en retirarse ante una fuerza superior. Y no viéndose obligado por un calendario, no se asusta ante la necesidad de una retirada. Su acción política es una corriente fluida que se mueve constantemente por donde puede moverse hacia un objetivo dado. Su preocupación principal es asegurarse de que ha rellenado todo hueco y grieta accesible en la cuenca del poder mundial. Pero si se encuentra una barrera infranqueable en su camino, lo acepta filosóficamente y se adapta a ella. Lo principal es que siempre debe haber presión , una presión constante e incesante, hacia el objetivo deseado. En la psicología soviética no hay ningún resto de sentimiento de que ese objetivo deba alcanzarse en un momento determinado.

Estas consideraciones hacen a la vez más fácil y más difícil tratar con la diplomacia soviética que con la diplomacia de líderes individuales agresivos, como Napoleón o Hitler. Por una parte es más sensible a la fuerza contraria, más dada a las cesiones en sectores individuales del frente diplomático cuando la fuerza se percibe como demasiado fuerte, y por lo tanto más racional en la lógica y la retórica del poder. Por el otro lado, no puede ser derrotada o desalentada fácilmente por una victoria aislada de sus oponentes. Y la paciente persistencia qeue la anima hace que no pueda ser contrarrestada efectivamente por actos esporádicos que representen los antojos momentáneo de la opinión democrática, sino únicamente por políticas inteligentes a largo plazo por parte de los adversarios de Rusia, políticas no menos tenaces en su propósito y no menos diversas y llenas de recursos en su aplicación que las de la propia Unión Soviética.

En estas circunstancias es claro que el elemento principal de cualquier política estadounidense hacia la Unión Soviética debe ser la de una contención a largo plazo, paciente pero firme y vigilante, de las tendencias expansivas rusas. Es importante notar, de todos modos, que tal política no tiene nada que ver con histrionismos, con amenazas o bravatas o gestos superfluos de fortaleza. Mientras el Kremlin es básicamente flexible en su reacción a las realidades políticas, de ningún modo es insensible a las consideraciones de prestigio. Como casi cualquier otro gobierno, la falta de tacto y los gestos amenazantes pueden ponerlo en una posición que no puede permitirse tolerar aunque esto fuera lo que le dictara su realismo. Los dirigentes rusos son buenos conocedores de la psicología humana y como tales son plenamente conscientes de que perder los estribos o el autocontrol nunca proporciona fuerza en los asuntos políticos. Siempre están preparados para explotar cualquier evidencia de debilidad. Por ello, es un sine qua non en un trato exitoso con Rusia que el gobierno exterior en cuestión permanezca siempre frío y sereno, y que sus demandas sobre la política rusa sean planteadas de modo que dejen abierta la puerta a ser cumplidas sin excesivo detrimento del prestigio ruso.

A continuación Kennan analiza el estado económico y social de la Unión Soviética, y especula sobre su posible futuro, sobre lo que podría suceder tras la muerte de Stalin, sobre la actitud de las nuevas generaciones, etc. Finalmente, en la última sección del artículo, extrae algunas conclusiones:

Es claro que los Estados Unidos no pueden esperar en el futuro próximo unas relaciones estrechas con el régimen soviético. Debe continuar considerando a la Unión Soviética como un rival, no un compañero, en la arena política. Debe continuar esperando que las políticas soviéticas no reflejarán ningún amor abstracto hacia la paz y la estabilidad, ni una fe real en la posibilidad de una feliz coexistencia permanente de los mundos socialista y capitalista, sino más bien una cauta y persistente presión hacia la ruptura y el debilitamiento  de la influencia y el poder rival.

Como contrapartida está el hecho de que Rusia, al contrario que el mundo occidental en general, es aún con mucho la parte más débil, que la política soviética es muy flexible y que es plausible que la sociedad soviética contenga deficiencias que finalmente debiliten su potencial. Esto permitiría que los Estados Unidos entraran con garantías suficientes en una política de firme contención, diseñada para enfrentarse a los rusos en una fuerza de reacción inalterable en cada punto donde ellos muestren signos de violar los intereses de un mundo pacífico y estable.

Pero en realidad las posibilidades para la política estadounidense no están en absoluto limitadas a mantener el frente y esperar lo mejor. Es perfectamente posible para los Estados Unidos influir con sus actos en los desarrollos internos, tanto en Rusia como en el movimiento comunista internacional, por el que la política rusa está fuertemente determinada.  No es sólo una cuestión de las modestas medidas de información que este gobierno puede dirigir en la Unión Soviética y en otras partes, aunque esto también es importante. Es más bien una cuestión del grado en que los Estados Unidos puede dar a los pueblos del mundo  la impresión de ser un país que sabe lo que quiere, que está superando exitosamente los problemas de su vida interna y los derivados de ser una potencia internacional, y que tiene una vitalidad espiritual capaz de mantenerse entre las principales corrientes ideológicas del momento.  En la medida en que se pueda dar y mantener esta impresión, los objetivos del comunismo ruso se verán estériles y quijotescos, las esperanzas y el entusiasmo de los seguidores de Moscú serán vanos y las políticas exteriores del Kremlin se volverán más tensas.

Y así, Kennan llega tempranamente a una reflexión a la que muchos otros llegaron a posteriori: que el comunismo, siendo una plaga para quienes tenían que sufrirlo, resultaría beneficioso para los países libres de él, pues la mejor (y tal vez la única) forma de evitar que una minoría de fanáticos usaran una turba de insatisfechos para imponer su dictadura en un país, era que éste desarrollara las políticas necesarias para que no existan turbas de insatisfechos susceptibles de ser engañadas por el comunismo:

Para evitar su destrucción, los Estados Unidos sólo necesitan medirse por sus mejores tradiciones y demostrarse dignos de ser conservados como una gran nación. Sin duda, nunca ha habido una prueba más limpia de calidad nacional que ésta. A la luz de estas circunstancias, el observador reflexivo de las relaciones ruso-estadounidenses no encontrará motivo de queja en el reto del Kremlin a la sociedad estadounidense. Al contrario, experimentará cierta gratitud a la Providencia  que, al plantear al pueblo estadounidense este reto implacable, ha hecho depender la seguridad de su nación del impulso conjunto y de la aceptación de las responsabilidades de liderazgo moral y político que sin duda la historia pretende que asuman.