Tácticas de lavado de cerebro fuerzan a los chinos a las filas del Partido Comunista

Por Edward  Hunter

Hong Kong, 21 de septiembre.  El lavado de cerebro es la principal actividad en China hoy en día. Sin que se sepa, a miles de hombres y mujeres les están lavando el cerebro. Van desde estudiantes universitarios a instructores o profesores, de oficiales del ejército y funcionarios municipales a reporteros e impresores, de criminales a diáconos eclesiásticos.

No hay excepciones por profesión o credo. Antes de que alguien sea considerado fiable, debe haber pasado por este lavado de cerebro, para que pueda ser apto para su trabajo como camarada en la "Nueva Democracia" de Mao Zedong.

Sólo entonces las autoridades consideran que se puede confiar en que, como se dice oficialmente, "se inclinarán hacia un lado" —el de la Rusia Soviética— en todos los asuntos, que reaccionarán con obediencia natural a toda llamada por parte del partido comunista, a pesar de cualquier giro, marcha atrás o salto que pueda presentar su política, y que darán siempre la respuesta correcta ante cualquier contradicción o evasiva que pueda encontrarse en las afirmaciones del Partido.

No es algo fácil. A veces el lavado de cerebro no es suficiente, y hay que "cambiar los cerebros". Esto también se hace, aunque no tan cuidadosamente o eficientemente como en otras naciones satélite o en la propia Rusia Soviética.

He tenido mucho trato la semana pasada con un viejo amigo, Harry Chang, que acaba de llegar de China "en una misión" y que regresará en unos pocos días. Ya le han lavado el cerebro, pero al parecer no muy bien. Me dio los detalles. Su experiencia fue similar en todos los puntos esenciales con las versiones que me han dado otros chinos de ciudades tan distantes como Shanghai y Peiping.

— Si descubren que he visto a un periodista extranjero, especialmente a uno al que conozco personalmente, eso será muy malo para mí,— señaló en uno de nuestros encuentros. Esos encuentros no eran casuales. Tenían que prepararse con la máxima precaución para que no le vieran en compañía de un individuo tan "sin lavar" como yo.

—Lo que más me preocupa— continuó —es la incertidumbre.

—¿La incertidumbre sobre qué?— Pregunté.

— Sobre si saben que te he visto o no— respondió.

—¿Y qué? —exclamé animándolo— Si no lo saben, no tienes de qué preocuparte, y si...

Él me miró con tristeza. —Tú serías duro para la reforma cerebral— dijo— Tienes concepciones tan burguesas. No, no es así de fácil en absoluto. Si la cuestión fuera meramente si lo averiguan o no, me olvidaría de ello. Pero lo que tengo que decidir es si tengo que decírselo de antemano o no.

—No te sigo.

—Bueno, esto es así: En cuanto regrese, como después de todos mis viajes a cualquier sitio fuera de mi ciudad en China, algún policía se detendrá en mi casa para hacerme algunas preguntas. Ahora ess siempre así con todos. Hablan muy amistosamente, dicen que esperan que haya tenido un viaje exitoso y agradable y, de paso, preguntan qué he hecho y a quién he visto. Si les digo la verdad y no hay nada incriminatorio en ella, dicen adiós y ya está. Si les digo la verdad y hay algo incriminatorio, puedo tener problemas, pero si ellos saben algo que yo no les digo, entonces tendré problemas mucho peores.

—¿Qué te harán? ¿Meterte en la cárcel? ¿Darte una paliza?

— Oh, no, probablemente no harán nada de eso— respondió —si eso fuera todo, no me preocuparía.

—¿Eh?

— No, lo que harían sería enviarme al "aprendizaje". Sería sometido a un lavado de cerebro. Oh, no quiero pasar por eso nunca más.

No consideré que tomármelo a risa ayudara, pues estaba mortalmente serio. Además, recordaba que otros chinos me habían hablado del "aprendizaje". La palabra, en el uso que le da el Partido Comunista, no significa lo mismo que antes. Ahora tiene un nuevo significado. Cuando lo usa el partido, "aprendizaje" tiene un único sentido: "aprendizaje político". Y el aprendizaje político en China ahora es únicamente el marxismo-leninismo y las "ideas" de Mao, como se suele decir.

El "aprendizaje" es un proceso de desgaste, muy similar a los métodos de recaudación de impuestos que usa el Partido Comunista para recaudar las cuotas de los recientes "Bonos de la Victoria". Un par de recaudadores de impuestos visitan a un tendero, o granjero, o propietario y piden una cantidad específica, digamos 500 unidades de paridad. Así es como se cuenta el dinero en la China Roja.

—Yo no podría pagar eso nunca. —lamentará el camarada— Eso es más de lo que recaudaba el Kuomintang. Simplemente, no tengo tanto.

—Bien, firma igualmente, ya conseguirás el dinero de algún modo.

—Pero eso es absurdo, ¿cómo voy a hacerlo? Es más que mis ingresos de los próximos seis meses.

La discusión continuará educadamente durante tres, cuatro, cinco horas. Luego los recaudadores de impuestos se despedirán educadamente.

Pero eso no es el final. Volverán al día siguiente, para una nueva "discusión democrática". En teoría las suscripciones son voluntarias, y no se puede usar la fuerza para recaudar. Sólo la "discusión democrática". Esta segunda "discusión democrática" será más larga que la primera, digamos cuatro, cinco o seis horas. "Imposible", dices. Bien, esto muestra que no entiendes como funciona una "dictadura democrática". "Dictadura democrática" es la forma en la que Mao Zedong se refiere a su gobierno.

Los dos recaudadores hablarán, se sentarán, charlarán sobre los males del sistema capitalista estadounidense, y sobre la suerte que tiene China de tener a la Rusia Soviética para guiarla. Y, por supuesto, "todo chino patriota" desea expresar ese agradecimiento de forma tangible. Y una forma tangible es, por supuesto, la de los Bonos de la Victoria.

La víctima intimidada terminará aportando una cantidad de, digamos, el 20 por cien, todavía por debajo de la cantidad establecida. Los recaudadores de impuestos se despedirán educadamente.

No volverán durante más de un día. Pero eso, en lugar de tranquilizar la mente del presunto suscriptor, sólo aumenta su angustia, porque todavía no se ha suscrito y sabe que no lo dejarán tan fácilmente.

Sin duda, quizá a las tres en punto de la mañana, cuando está durmiendo profundamente, oirá cómo llaman con fuerza a su puerta. Aterrorizado, saltará de la cama y preguntará quién está ahí. "Sólo somos nosotros", oirá en tono educado. Para entonces ya será capaz de reconocer la voz. Es la de sus dos recaudadores de impuestos.

Es posible que nuestro posible suscriptor de bonos tenga la breve tentación de llamar a los intrusos descendientes de variedades de tortugas especialmente malas, pero si es así, contendrá su deseo, abrirá educadamente la puerta, dará la bienvenida a sus invitados, calentará algo de te y reanudará la "discusión democrática". Ésta puede prolongarse hasta el amanecer, o más.

Para entonces, la paciencia de los recaudadores de impuestos se estará agotando, y harán enrevesadas referencias llenas de citas de Karl Marx, Josef Stalin, Mao Zedong y Liu Shao-chi sobre "elementos retrasados", o "partículas rezagadas", como lo expresa el partido. Esto se refiere a gente que necesita un lavado de cerebro. O quizás a gente que es tan "reaccionaria" y "decadente" que no se puede confiar en ella, en cualquier asunto, o incluso en su propia profesión.

Entonces, se le pedirá una cantidad, tal vez un poco menor que la exigida al principio, pero cercana a ella.

¿Cómo se paga? A menudo no se paga. El suscriptor simplemente liquida sus posesiones y se une al número de los desempleados o escapa a Hong Kong, o lo intenta.

El "aprendizaje" es muy similar. La "reforma cerebral" es el proceso al que popularmente se le llama "lavado de cerebro". Cuando es más prolongado y más intenso, los chinos lo llaman "cambio de cerebro". Todavía no han averiguado qué es un "cambio de cerebro" real, aunque algunos han oído hablar del cardenal Mindszenty.

El "lavado de cerebro" tiene lugar generalmente en discusiones en grupo, bien en una clase instalada junto a la fábrica o nave industrial, como un curso espacial de adoctrinamiento mientras el estudiante conserva su trabajo, o en los colegios e instituciones llamadas de "alto aprendizaje". Lo que se llaman universidades revolucionarias son dirigidas por el Partido Comunista, y tratan completamente sobre la "reforma cerebral". El día lectivo puede durar desde la salida hasta la puesta del sol, y luego toda la noche.

Hay interminables "discusiones democráticas". Los mismos temas se tratan una y otra vez, y luego otra vez más, hasta que la mente del alumno suena como un disco rayado que canta algo sobre el materialismo dialéctico o "seguidismo" o la "relación productiva". Y el alumno tiene que ser capaz de levantarse y hablar interminablemente —y correctamente— sobre todo eso.

La incapacidad para ver las cosas "voluntariamente" del modo "correcto" en esas discusiones significará que el alumno es un "elemento retrasado" o "testarudo" y el tratamiento para eso son unas horas adicionales de "aprender haciendo". Eso significa cultivar la tierra o reparar carreteras u otros trabajos manuales. Los elementos burgueses, como el que escribe estas líneas, llamarían a eso "trabajos forzados", pero eso sólo pondría en evidencia cuánto necesita la "reforma cerebral".

Esos trabajos ocupan normalmente la mitad del día lectivo, aunque siempre hay periodos de días, e incluso semanas, en las que el curso entero será este "aprender haciendo". Los alumnos que se quejan de que no pueden soportar una jornada laboral de doce horas son informados de que no pueden ser buenos camaradas si no conocen los sufrimientos de los campesinos, y que solo hay un camino de descubrirlos, y es sufrirlos también.

Esta descripción puede parecer simplemente imposible, y así sería en los Estados Unidos y en otros países occidentales, pero es lo que me han bosquejado tantos participantes de tales cursos que no me puede quedar la menor duda de que así es.

Las "partículas retrasadas" pueden ser enviadas a los que llaman Colegios de Trabajo del Pueblo. Allí el curso consiste casi exclusivamente de trabajo en los campos, y cuando hay demasiada oscuridad como para continuar, vienen las discusiones democráticas en grupo.

Este proceso de desgaste impregna todo el sistema de adoctrinamiento de los comunistas chinos, y su fuente no se oculta. En el discurso de Mao Zedong "Sobre la dictadura democrática del pueblo", que es de estudio y memorización obligada en cada curso de "lavado de cerebro", él dijo sinceramente: "El Partido Comunista de la URSS es nuestro mejor maestro, del que debemos aprender."

Antes de que alguien pueda graduarse en este curso, tiene que escribir lo que se llaman "conclusiones reflexivas". Es el equivalente a una tesis en las universidades occidentales. En ellas, el estudiante debe entregarse a una despiadada "autocrítica" de sí mismo, de su pasado, de su familia, de sus amigos, y luego tratar de nuevo las directrices del partido del día, poniendo todos los puntos sobre las íes en la denuncia de los Estados Unidos como nación belicista y agresiva que intenta conquistar el mundo.